jueves, 29 de enero de 2009

Ángel Olgoso


Los demonios del lugar

Pese a que la narrativa de terror y misterio tiene un padrino tan conocido y canonizado como el propio Edgar Allan Poe, aún en España este género sigue siendo considerado subliteratura. Ángel Olgoso (Cuéllar-Baza, Granada, 1961) con Los demonios del lugar (Almuzara, 2007) viene a demostrar una vez más (lamentablemente aún es necesario hacerlo) que la buena literatura no entiende de temas o géneros mayores.

Su último libro de relatos, Los demonios del lugar, obtuvo el Premio Libro del Año 2007, el I Premio Internacional de Terror Villa de Maracena y fue finalista del XIV Premio Andalucía de la Crítica.

Los demonios del lugar es una recopilación de 49 relatos muy variados temáticamente, pero que en general presentan una situación o una escena dominada por el terror o el misterio, o por el desarrollo de un hecho fantástico o incomprensible. A ello se añade una serie de interesantes introspecciones sicológicas que muestran un conocimiento bastante profundo de la naturaleza humana por parte del autor. En este sentido es posible encontrar algunos relatos en los que se denuncia algún abuso, o se hace justicia, aunque esta se ejecute de manera fantástica.

Los relatos presentan una extensión variada, pero predominan los microrelatos. El final, en general, suele ser deliberadamente abierto, incluso ambiguo; en este sentido estamos lejos de tramas complejas o detectivescas y más cerca de la creación de atmósferas asfixiantes, o situaciones angustiosas, en las que la capacidad de sugerir que tiene el autor convierte la descripción de una escena tan aparentemente trivial como la de un hombre que lleva de la mano a una niña por la calle en un microrelato titulado “El espanto” (vid infra).

Por otra parte, la lectura de Los demonios del lugar ofrece al lector la posibilidad de acercarse a un lenguaje muy cuidado, poético, barroco en numerosas ocasiones, con un léxico rico, y con imágenes y exageraciones especialmente visuales y efectivas: “las lagartijas caen del muro: el espanto afloja las ventosas de sus patas”.



El espanto

Acodado en una mesita exterior del café Madagascar, sorbo el contenido de mi taza y contemplo a los transeúntes, estudiándolos como quien pesca con chispa y mosca ahogada. El aire remolca muy despacio las nubes. Me fijo en un hombre agradable con sombrero y maletín que lleva de la mano a una niña de no más de seis años, tironeando un poco de su bracito, lo suficiente como para impedir que avance con naturalidad. Parece asustada. El contacto de aquellas dos manos desparejas no es el idóneo, ni responde a la bendición del amor, remite por el contrario a la vorágine de peligros que se extiende más allá de uno mismo. Esos detalles triviales me sobrecogen. Y su efecto hace que, de pronto, tenga del hombre la percepción —repugnante en el más genuino sentido de la palabra— de algo como una langosta, una más entre las langostas de una plaga que bulle sobre un mar de sangre negra. Los observo mientras se alejan: la niña con pasitos descompasados y él emitiendo sonidos de masticación. Finalmente, ambos se pierden entre los huevos de oscuridad que están siendo incubados bajo los farallones de nuestros edificios.



Enlaces recomendados:

Ángel Olgoso en la wikipedia con enlaces a textos (microrelatos), reseñas y entrevistas.


Por Jaime Galbarro

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